Planeta Antártica

Aproximadamente 7500 kilómetros separan a Medellín de las Islas Shetland del Sur, la primera parada en las expediciones científicas a la Antártica que parten desde Suramérica. Dada la enorme distancia geográfica, ¿cuál podría ser la conexión del continente blanco con nuestro país?


Por: Natalia Botero Acosta, PhD.

Además del importante rol de la Antártica en la regulación del clima mundial, hay un vínculo estrecho, aunque sutil, entre la calidez de nuestro Pacífico Colombiano y el polo sur: las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae) que nacen en zonas como el Golfo de Tribugá, Pacífico norte colombiano, migran anualmente al oeste de la Península Antártica para alimentarse. Siguiendo una ruta diferente, pero con el mismo destino final, mi segunda travesía antártica comenzó el 7 de diciembre de 2021.

Fotos: Natalia Botero Acosta

Luego de poco más de un mes de haber finalizado el monitoreo de la temporada reproductiva de las yubartas en el Golfo de Tribugá, me encontré empacando nuevamente. A diferencia de la mayoría de mis compañeros de tripulación, quienes se reunieron en Miami para abordar un vuelo chárter, mi aventura inició con un corto vuelo Medellín-Ciudad de Panamá. Luego de un par de horas, embarqué otro avión con destino a Buenos Aires, Argentina. Aproximadamente siete horas de trayecto. Un último vuelo me llevaría a mi destino inicial: Ushuaia, capital de la provincia de Tierra del Fuego y la ciudad más sureña de la República del Argentina.

Viajar en medio de la pandemia del COVID-19, y particularmente en medio de aumentos dramáticos en la cantidad de casos reportados por la variante Omicron, fue ciertamente una experiencia única. Luego de mi llegada al Aeropuerto Internacional Malvinas Argentinas, fui transportada al Hotel Ushuaia, donde estuve en aislamiento preventivo por cuatro días. Luego de una prueba diagnóstica que descartó la afección de coronavirus, por fin pude reunirme con mis colegas. Abrazos apurados se dieron poco antes de abordar un bus que nos llevaría directamente hasta el Crystal Endeavor. Fue una agradable sorpresa poder saludar a mi amigo y compañero de aventuras, Logan Pallin, con quien tuve el privilegio de trabajar en el Laboratorio de Biotelemetría y Ecología Comportamental en la Universidad de California Santa Cruz, y quien generosamente me ha enseñado, la mayoría de lo que sé de hormonas en ballenas jorobadas.

 

Delfines oscuros (Lagenorhynchus obscurus)

El 10 de diciembre y luego de una breve pero maratónica jornada de reuniones, introducciones y simulacros, zarpamos alrededor de las siete de la noche, prestos a navegar el Canal de Beagle antes del temido Paso del Drake. En el enorme Crystal Endeavor, nuestros espacios más comunes eran los pisos 9 y 10, los cuales permitían acceso rápido a toda la cubierta, proa y popa, babor y estribor. No perdimos oportunidad y dispusimos de bitácoras de campo y cámaras fotográficas. Poco tiempo después tuvimos la fortuna de tener nuestro primer avistamiento: delfines oscuros (Lagenorhynchus obscurus).

Nuestra colaboración con Cruceros Crystal consistía de tres excursiones a la Antártica, dos de 11 días de navegación y uno de 15 días, lo cual implicaba cruzar el temido Paso del Drake seis veces. Sólo el tercer cruce tenía un pronóstico complicado, el cual afortunadamente sobreestimó la velocidad del viento y la altura de las olas que experimentamos. ¿Por qué es complejo navegar por esta franja de aproximadamente 900 kilómetros? Su reconocida fama se debe a la combinación de factores que representan peligros y dificultades para la navegación: fuertes corrientes que corren sin oposición, vientos de más de 100 kilómetros/hora, olas de más de 10 metros de altura, profundidades de más de 3000 metros.

¿Cómo describir la Antártica? En breve, es lo más cercano a otro planeta en la Tierra. Es difícil transmitir todas las impresiones sensoriales que el continente blanco evoca con palabras. Es preciso sentir el frío penetrante (ante el cual las numerosas capas de ropa térmica siempre se sintieron insuficientes), el blanco de los témpanos de hielo y glaciares que domina el paisaje o, el estruendoso sonido del soplo de una ballena, para comprender la vasta y dinámica belleza de la Antártica. Trabajar en el polo sur implica desafíos logísticos de tal magnitud que se hace necesario navegar en embarcaciones que sean autosuficientes en un territorio alejado de casi todo asomo de civilización. En el verano austral de 2018-2019 pasé tres meses a bordo del ARC 20 de Julio. Tres años después navegaría nuevamente aguas antárticas, esta vez desde un lujoso crucero de expedición. Ambas experiencias, en sus contrastes, han sido hitos de mi carrera como especialista en mamíferos marinos y sin asomo de engaño disfruté cada minuto a bordo.

En Antártica, nuestra rutina era simple. Despertaba cerca de las 6:30 de la mañana. Luego de una breve ducha, me dirigía al restaurante de la tripulación para tomar el desayuno. El equipo de expedición, del cual Logan y yo hacíamos parte, debía estar listo para iniciar labores a las 7:45 a.m. Esto significaba tener todas las capas de ropa térmica puestas, incluyendo un traje anti-exposición que brindaba al menos oportunidad de sobrevivir ante un accidente del bote inflable o zodiac; así como todo el equipo de investigación (como cámaras fotográficas, GPS y equipo de colecta de tejido) cargado y listo. Luego de una breve reunión, nos dirigíamos a la puerta de desembarque, un espacio en el segundo piso del barco desde el cual abordábamos nuestro bote de investigación. Amparados por la destreza de nuestra capitana, Larissa Sosnovskaia, típicamente pasábamos entre una y tres horas buscando ballenas. De hallarlas, tratábamos de identificarlas mediante el patrón de coloración de sus aletas caudales y tomar pequeñas muestras de tejido mediante biopsia remota para extraer su material genético y cuantificar hormonas que se acumulan en el tejido graso.

Al retornar procedíamos a limpiar el equipo, procesar las muestras de tejido y llevarlas al congelador antes de tomar el almuerzo. Si las condiciones ambientales y oceanográficas nos lo permitían, una segunda jornada de trabajo tomaría lugar aproximadamente entre las 2 y las 5 de la tarde. El procedimiento ante el retorno al barco era el mismo, de modo que procurábamos ser eficientes con las muestras y el equipo antes de tomar la cena. Nuestras jornadas normalmente finalizarían con la actualización de las bases de datos y la organización de coordenadas y fotografías. Sin embargo, siempre nos las arreglábamos para pasar algunos momentos en cubierta, esperando algún otro avistamiento.

Mi participación en la VIII Expedición Colombiana a la Antártida, como representante del Programa Antártico Colombiano, fue un maravilloso recordatorio de la inmensidad de los océanos, de la enorme diversidad biológica que contienen y, de la magnificencia de aquellos seres que habitando el medio terrestre hace millones de años decidieron aventurarse al mar. En esta segunda experiencia antártica tuve el enorme placer de ver algunas especies de mamíferos marinos por primera vez incluyendo la foca leopardo (Hydrurga leptonyx), tal vez el depredador más letal del continente blanco, y la ballena minke (Balaenoptera bonaerensis). Agradecí infinitamente a mi cámara por ayudarme a capturar dichos encuentros para la eternidad. Siempre guardaré estos avistamientos en mi mente y mi corazón, pues me recuerdan de lo afortunada que soy al poder hacer lo que amo.

Fuente: https://agendadelmar.com/planeta-antartica/?utm_source=sendinblue&utm_campaign=Correo_de_Ultramar_214&utm_medium=email

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Publicado en Artículos.

Cuba, La Habana. Investigador Titular del Centro de Investigaciones Pesqueras, doctor en Ciencias en el Uso, Manejo y Preservación de los Recursos, y maestro en Ciencias del Agua.

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