Por Gustavo Arencibia Carballo
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Ilustración:Federico Londoño González
El trabajador de investigación no constituye un prototipo, a pesar de ubicarlos dentro de algunos clichés como una persona entretenida, olvidadizo e inteligente. Pudiera ser, pero no creo sea un modelo actual y menos en la era digital.
Un científico, mejor un trabajador de las ciencias o investigador, suele ser hoy en día una persona, mujer u hombre de características particulares como para agruparlo en varios grupos, desde la sencillez ofensiva hasta la injustificada autosuficiencia, pero más allá de límites y desiguales niveles de desarrollo, el investigador es un ser estresado. Ninguna regla es absoluta y esto no es perfil exacto, pero el individuo dedicado a la planificación, resolver, experimentar, investigar y tal vez tener un resultado, es un ciudadano estresado, aunque no lo crea él o ella o sus colegas.
Se ignora mucho sobre estrés, desde una órbita común, para la mayoría el estrés es solo negativo (distrés) y no es así, también está el estrés agradable, deseable, saludable, positivo (eustrés).
En el ámbito laboral de la investigación con tantas aristas sin resolver, desde el clima donde nos movemos hasta en el insumo mínimo, abastecimiento, la mirada y el sentimiento de la mujer o el hombre en su relación con el entornos se estresa reflejándolo de diversas formas como depresión, baja autoestima, malestar, angustia, reducción de la productividad, etc., esto por el negativo y el positivo puede provocar hiperactividad, demasiada confianza y hasta enfermedades.
La mente responde al estrés con percepciones, conocimientos, rememoraciones, emociones, defensas y mecanismos de enfrentamiento, cambios en las actitudes y en la autoestima, conductas y síntomas.
Alberto Orlandini