La crisis ambiental y el desequilibrio del mundo

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Guillermo Castro H.

Problema

No es sencillo definir el ambiente, ni el alcance de su crisis contemporánea. En el campo de la historia ambiental, por ejemplo, lo entendemos como el producto de las intervenciones humanas en el mundo natural a lo largo del tiempo mediante procesos de trabajo socialmente organizados, que a su vez generan transformaciones en las dos partes involucradas, y en las relaciones de éstas entre sí. En esta perspectiva, lo fundamental es el hecho de que las relaciones entre la naturaleza y el ambiente están mediadas por el trabajo humano, y cambian en la medida en que lo hace la organización social del mismo.[1]

Así las cosas, cada sociedad produce un ambiente que le es característico, y que cambia con ella hasta llegar, usualmente, a un punto de contradicción en que al producto le es imposible sostener el desarrollo del productor, lo cual a su vez contribuye a agudizar las contradicciones internas de la sociedad en cuyo marco tiene lugar la relación entre ambos, y hace parte de la crisis general del conjunto. Hoy parece evidente que ese tipo de crisis contribuyó a la desaparición de procesos civilizatorios del pasado. Tendría que ser evidente, también, que un riesgo así amenaza hoy a la civilización que conocemos.

Todo indica, en efecto, que el sistema mundial creado por el capital a partir del siglo XVI ha ingresado en esa fase de contradicción terminal. Lo ha hecho además en unos doscientos años, y con tal intensidad y alcance que llevó a proponer en el año 2000 la existencia de una nueva era geológica -el llamado Antropoceno-, en la que el conjunto de las transformaciones de la biosfera generadas por la acción humana supera en volumen e intensidad a las que resultan de las fuerzas naturales.

En este sentido, por ejemplo, el Informe de Riesgos Globales que publica cada año el Foro Económico Mundial de Davos[2], destaca la creciente importancia que empresarios, dirigentes sociales y especialistas de todo el mundo otorgan a los riesgos asociados al deterioro ambiental del sistema mundial. De entre esos, por ejemplo, destacan el fracaso en la mitigación y adaptación al cambio climático; los eventos climáticos extremos; la crisis del agua; los desastres naturales, la pérdida de biodiversidad y el colapso de ecosistemas.

Al respecto, se calcula que tan solo la pérdida de servicios ecosistémicos ocasiona daños a la economía del orden de US$125 trillones, una cifra superior en 60% al Producto Bruto Global. Esto resalta la sinergia negativa generada por la interconexión entre los diversos ámbitos de la crisis general en curso. En efecto, por ejemplo, el fracaso en la gestión del cambio climático está vinculado a las tensiones que se incrementan en los ámbitos geopolítico y geoeconómico del sistema mundial, como lo revela la confrontación constante de la actual Administración norteamericana con los mecanismos y acuerdos del sistema internacional.

Aun así, dice el Informe, es en relación con el ambiente que el mundo “camina con mayor claridad como un sonámbulo hacia la catástrofe.” La crisis ambiental ha venido a convertirse, así, en el aspecto principal de la crisis del sistema mundial, en cuanto constituye un proceso general y continuo de destrucción de las condiciones naturales y sociales de producción, que opera a escala planetaria y encarece y limita en todas partes la capacidad de crecimiento sostenido del capital.

 

Conflicto

Lo anterior tiene especial relevancia para la lucha de ideas ante la situación general de violencia y conflicto que aqueja al sistema mundial. Ex post, siempre es posible identificar múltiples advertencias de un hecho que finalmente nos alcanza y pone en cuestión todo lo que sabíamos o creíamos saber sobre uno u otro aspecto de la realidad. Así, la crisis ambiental ha generado una narrativa que remonta los orígenes del debate a la publicación en 1968 del informe del Club de Roma titulado Los Límites del Crecimiento, que alertaba sobre todo acerca de los riesgos asociados a la contaminación masiva de la biosfera.

De entonces acá se ha sucedido toda una serie de interpretaciones y propuestas que han atribuido esa crisis a la necesidad de los países subdesarrollados de explotar sus recursos naturales para alcanzar el desarrollo, como previamente lo hicieron los del mundo Noratlántico; al exceso de población en el llamado Tercer Mundo, o a los hábitos de producción y consumo propios de la sociedad del despilfarro. No cabe discutir aquí alegatos ya rebasados los acontecimientos. Si cabe, en cambio, resaltar el impacto de la crisis ambiental sobre la geocultura mundial, que se expresa hoy, sobre todo, en torno al debate sobre el desarrollo sostenible y los 17 objetivos que permitirían restablecer el equilibrio entre las sociedades humanas y su entorno de aquí a 2030.

Ninguna de esos objetivos es cuestionable en sí mismo. Por el contrario, su conjunto expresa el fracaso de un sistema que ha sido incapaz de proporcionar a la Humanidad condiciones mínimas de educación, salud, equidad, bienestar y armonía en sus relaciones con la naturaleza para todos sus integrantes, al cabo de doscientos años de un crecimiento económico sin precedentes en nuestra historia.[3]

Hoy, el debate sobre el desarrollo sostenible se presenta cada vez más como el intento de segregar los componentes ambientales, sociales y económicos de su objeto, sin indagar en la interdependencia entre ellos. De esa manera, se da por un hecho que el desarrollo que se desea hacer sostenible es el realmente existente, y se elude la necesidad de caracterizarlo mediante algunas preguntas sencillas: ¿qué es lo que se desarrolla?, y eso que se desarrolla, ¿puede hacerlo de otra manera?

En realidad, el desarrollo del que hablamos es el del capitalismo. Sin duda, este desarrollo hace parte de otro, más amplio: el de nuestra especie que, desde que alcanzó el dominio del fuego, ha venido generando formas cada vez más complejas de relacionamiento de los seres humanos entre sí y con su entorno natural. El capitalismo aceleró este proceso y sentó las bases para hacer de la Humanidad una comunidad mundial por primera vez en su historia. Y lo hizo a partir de una necesidad inherente de crecimiento sostenido de su capacidad de acumulación de capital, descrito ya en el Manifiesto Comunista de 1848, y analizado en detalle en El Capital veinte años después.

Atendiendo al conjunto de ese proceso histórico, asumir como natural e incuestionable esta etapa de su desarrollo llevaría a plantearnos el problema de hacer sostenible el crecimiento sostenido del capital. Y, sin embargo, si asumimos en su carácter histórico el mundo en que vivimos, podemos reconocer que lo que está en cuestión es el futuro de la especie que somos, y de lo que se trata es de hacer sostenible nuestro propio desarrollo.

 

Perspectiva

Desde esta perspectiva, el problema de la sostenibilidad del desarrollo humano termina por ser finalmente subversivo para un orden histórico que se sustenta en el despilfarro simultáneo y constante – y a un ritmo superior al de toda posibilidad de sustitución – de las dos condiciones fundamentales de toda producción: la tierra y la fuerza de trabajo. Aquí, el hecho de que el ambiente sea un producto del trabajo social debería hacer evidente que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades diferentes.

Identificar esa diferencia, y los modos de producirla, constituye ya una tarea científica, cultural y política de primer orden ante una situación de descomposición general que, si no es encauzada hacia la transición a un momento superior en el desarrollo de nuestra especie, bien puede desembocar en aquello que Federico Engels alguna vez llamó “un estado de putrefacción de la historia”. Hoy contamos con los medios para encarar esa tarea. Ellos van desde un extraordinario nivel de desarrollo en las ciencias naturales – capaces de identificar y prever los riesgos de un proceso de cambio climático -, hasta la formación de campos nuevos del saber, como la ecología política, la economía ecológica y la historia ambiental.

Pero, y sobre todo, esos medios incluyen hoy la creciente conciencia sobre los riesgos que la crisis ambiental nos plantea a todos y la disposición de sectores sociales cada vez más amplios a encararlos. En nuestra América, esa disposición se expresa en particular entre comunidades y organizaciones indígenas y campesinas, al tiempo que crece entre los pobres y los trabajadores manuales e intelectuales de las ciudades.

Un claro indicador de ello nos lo dan el hostigamiento y los asesinatos de quienes encabezan esa lucha cultural y política. Berta Cáceres no murió por ser indígena ni ambientalista. Fue asesinada por oponerse, como indígena ambientalista, al peligro que para la vida y el desarrollo humano de su gente significaba la construcción en las tierras de los Lenca de una hidroeléctrica que contribuiría a hacer sostenible el crecimiento sostenido de la economía realmente existente en su país. Tal es el desequilibrio del mundo. Tal, la necesidad de equilibrarlo.

 

La Habana, IV Encuentro por el Equilibrio del Mundo, 30 de enero de 2019

 

 

[1] Esto evoca aquellas relaciones entre la biosfera y la noosfera que ocupan un lugar tan importante en la obra de madurez del biogeoquímico ruso Vladimir Vernadsky, entre 1938 y 1945. Su aporte debe ser recordado y recuperado para la discusión contemporánea, aun cuando su visión del trabajo y la historia difería de las aquí planteadas.

[2] World Economic Forum: The Global Risks Report 2019. 14th edition. World Economic Forum, 2019.

[3] Marcados además por una trayectoria de guerra incesante por el control de sociedades enteras y sus recursos, cuyo impacto ambiental tendría que ser objeto de una discusión separada.

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Publicado en Artículos.

Cuba, La Habana. Investigador del Centro de Investigaciones Pesqueras, doctor en Ciencias en el Uso, Manejo y Preservación de los Recursos, y maestro en Ciencias del Agua.

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