En estos días, los amaneceres y atardeceres podrían verse en tono rojizo en los países del Caribe, pero el bello espectáculo podría traer un mensaje poco alentador, ya que se trata de una tormenta de arena proveniente del Sahara conteniendo material biológico y químico potencialmente dañino para la salud.
En los últimos años el estudio de las nubes de polvo generadas por las tormentas del desierto, principalmente las del Sahara, cobró especial interés en el mundo, debido a la posible influencia de ese elemento contaminante del aire sobre el clima y otros ecosistemas.
Gracias al desarrollo de la tecnología satelital, que permite observar desde el espacio la formación de las nubes de polvo y su posterior desplazamiento, los científicos abrieron el camino para avanzar en esas investigaciones.
Cada año llegan a América y Europa grandes cantidades de partículas de polvo en forma de nubes procedentes del desierto del Sahara, que emergen del continente africano y son transportadas en dirección oeste hacia esta región por el flujo de los vientos alisios.
Las tormentas de arena en el Sáhara provocan que se eleven a la atmósfera grandes cantidades de polvo y arena que, suspendidos, logran viajar grandes distancias mucho más allá del desierto, logrando alcanzar Europa o América.
Por lo general una vez que ocurre una tormenta de polvo (se diferencia de la de arena cuando el tamaño de la partícula es menor de cien micras), este elemento al ser más ligero sube hasta alturas de 5 a 7 kilómetros, y forma una masa de aire muy caliente, cuya humedad relativa es de apenas un 3%.
Una parte de estas nubes puede avanzar por la zona de las islas Canarias y afectar a España, Portugal y Gran Bretaña, mientras las otras se mueven por el Atlántico y llegan al mar Caribe, aproximadamente a los seis días de registrada la tormenta.
Si bien otros desiertos como el de Gobi, en Asia, tributan también polvo a la atmósfera, el del Sahara es el que tiene mayor incidencia sobre el hemisferio occidental.
La arena del Sahara se levanta cuando el aire cálido del desierto choca con el aire más fresco de la región de Sahel – justo al sur del Sahara. Mientras que las partículas ascendentes se remolinan, los vientos alisios intensos comienzan a soplar hacia el oeste en el Atlántico Norte.
Las tormentas de polvo se forman, sobre todo, durante los meses del verano y del invierno, pero en algunos años – por razones que no se entienden – apenas se forman en todos.
Efectos sobre el clima
Por sus características físicas, las partículas de polvo reducen el tamaño de las gotas de lluvia e inhiben la formación de nubes de gran desarrollo vertical generadoras de precipitaciones, favoreciendo así los procesos de sequía.
Como el polvo viene cargado de hierro, sílice y sal, además de otros minerales, hongos y bacterias, puede incrementar la salinización de los suelos, y propiciar la aparición en los océanos de las denominadas mareas rojas ( concentraciones masivas de algas muy tóxicas), causantes de la muerte de diferentes organismos marinos.
Efectos sobre la salud
El peligro que genera el fenómeno de recurrencia anual -que cubre un área de 800 kilómetros de ancho- radica en el contenido de bacterias, virus, esporas, hierro, mercurio, y pesticidas que presenta el polvo, estos contaminantes los recoge a su paso por zonas deforestadas del Norte de Africa, particularmente los países subsaharianos intensamente afectados por desertificación generada por el agotamiento de bosques por el uso no controlado de ese recurso.
Estas tormentas cuando logran concentrarse y alcanzar áreas pobladas de Europa y América, pueden provocar la aparición de alergias y crisis asmáticas en muchas personas, sobre todo aquellas que ya sufrían problemas respiratorios o de inmunodepresión.
Muchas veces se refieren casos de “gripes” persistentes o alergias sin causa aparente que pueden haber sido provocadas por el contacto con partículas de origen biológico presentes en estas nubes de polvo.
Actualizado: 8 de Julio, 2019