Foto: Filipe Frazao / Shutterstock.com
Con una historia que remonta su edificación a hace más de un siglo, el Malecón habanero, dulce y largo espacio de amores y desencuentros, es cada día mudo testigo de viejos y nuevos acontecimientos
El larguísimo muro que se extiende (8 kilómetros) sobre la costa norte de la capital, bañado por las olas, sirve de escenario a quienes escuchan música en radios portátiles o celulares, a parejas que establecen sus vínculos amorosos o los rompen.
Esa amalgama de un Paseo especial que acoge a todos abriga además a noctámbulos o trasnochadores ocasionales, pescadores con todo tipo de avíos y en los últimos tiempos hasta quienes reparten poemas escritos, mensajes religiosos o se acompañan con instrumentos musicales para ofrecer su repertorio; luego pasan el clásico “cepillo” por aquello de “contribuya con el artista cubano»
Hacen su pan en ese contexto los vendedores de rositas de maíz, maníes, caramelos o flores y no falta la mezcla generacional de la tercera edad con adolescentes y niños, en perfecta armonía espiritual.
La comunidad del municipio de La Habana Vieja, que comparte tramos del Malecón con otros de la capital, convive junto a los maravillosos hoteles desafiantes que se levantan de cara al litoral, devenidos espacios casi siempre revitalizados por réplicas de construcciones de históricas vidas anteriores y las cuales respaldan la otorgada categoría mundial de La Habana “Ciudad Maravilla”.
Mientras acoge, hace años, algunos de los mejores hoteles capitalinos, entre ellos el emblemático hotel Nacional, donde aún es posible encontrar los cañones que defendieron La Habana durante la colonia española; así como el Riviera y el Meliá Cohiba, símbolo de modernidad de la capital.
Todo transcurre en el entorno de una infraestructura habitacional de antiguos o nuevos inquilinos que, frente al mar, sufre callada el implacable paso del tiempo y los daños causados por las condiciones medioambientales.
Al buscar su génesis aprendimos que ella zona del malecón adquiere su primer nombre en 1819. Se llamó entonces Avenida del Golfo. Por entonces tuvo su primer “ensanche de extramuros”, con motivo de que la ciudad iba creciendo y el espacio costero -desde la entrada de la bahía hasta el Torreón de San Lázaro- era solo un área abierta de roca y mar a donde iban algunas familias a tomar baños sus baños.
El muro del malecón, cuya construcción comenzó en 1901, dilatatada por mas de tres décadas, se extiende a lo largo del capitalino litoral norte desde el Castillo de la Punta en la entrada de la la Chorrera, en la desembocadura del rió Almendares.
Tras varias etapas de avances y retrocesos, cambios, supresiones y transformaciones de proyectos, el último tramo del muro se terminó en 1958.
Las tradiciones y realidades que guarda la obra está matizada de cubania y signada inevitablemente por inundaciones costeras e intensas penetraciones del mar, como las ocurridas en los últimos días con su resaca de destrozos.
Las huellas ocasionadas por “Un Norte o Frente Frio” o las que dejan las tormentas tropicales o los huracanes a lo largo del Malecón, pueden enviar gigantes olas que desbordan el muro, cruzan e impactan en los edificios adyacentes.
Sobre el tema el destacado arquitecto Mario Coyula, recientemente fallecido, dijo que residir frente al mar es como vivir en un barco. La calidad de las construcciones no es la idónea y los materiales usados tampoco fueron los ideales. La agresión constante del spray salino es muy fuerte, se puede encontrar sal una pulgada dentro de los muros de la zona.
No importa el mantenimiento que reciben las edificaciones por la Oficina del Historiador de la Habana, Eusebio Leal Spengler; los longevos edificios han quedado reducidos a escombros si están impedidos de salvación, pero quienes los habitaron, o todavía lo hacen, guardan ocultas historias en donde tienen cabida nostalgias, leyendas y mitos entre las ruinas.
Quien mejor describe la zona es Leal Spengler: “En el Malecón todos pueden ver el resultado de la más denodada batalla, porque no es contra las ruinas de los edificios que suponen otras técnicas arquitectónicas y constructivas más frágiles, es contra el mar y contra el tiempo. A veces lo que hemos reconstruido en verano, se destruye en invierno. Es un esfuerzo inmenso de muchos, de los cuales yo soy solamente palabra y corazón”.(1)
No obstante, ineludiblemente la existencia de El dulce Malecón de aguas saladas es más que un simple paseo costero de La Habana; se trata del pulso de toda Cuba y el Patrimonio de todos los cubanos.
Tomado de Radio Habana Cuba.
Atardecer en El Malecón © I.Berdugo.