República Dominicana: La pesca artesanal en Santo Domingo 30 de diciembre de 2009 – Área: Económica

“La pesca es una cosa de hombre serio, sano y trabajador”, considera Roberto Cabrera, un pescador con 37 años en el oficio. Antes de que el sol aparezca sobre el mar Caribe, Roberto prepara el tramayo -una red fabricada con hilo plástico transparente-, el arpón y la carnada para echarse al agua de las costas de Santo Domingo, donde lo deja puesto para recogerlo cuatro o cinco horas después.


Para las 7:00 de la noche, el pescador ya ha vendido a los transeúntes del malecón y a varios restaurantes de los alrededores la mayor parte la producción del día. El resto de los peces termina en la sartén de su hogar. Con esta actividad ha podido mantener a su familia y pagar los estudios de sus tres hijos, dos de ellos profesionales del Derecho.

La Plaza de los Pescadores, ubicada en el Malecón de la Capital, es el punto donde Cabrera se reúne con más de una decena de sus colegas. Allí, confeccionan durante tres meses el tramayo utilizado en sus labores cotidianas. También limpian y venden los carites, cojinúas, loros, bocayates, róbalos, machuelos, lisas, mojarras, jureles, candiles y otras especies de peces que sacan de las costas de Santo Domingo. Después de una jornada de cinco horas de trabajo dentro del mar, los pescadores del malecón se recrean jugando dominó.

Para ellos, los ingresos por la venta de pescado oscilan entre los 18 y los 20 mil pesos al mes, siempre y cuando las condiciones naturales permitan entrar al mar todas las semanas.

Octubre, noviembre y la mitad de diciembre forman el mejor periodo para pescar, porque las aguas se mantienen tranquilas.

Cada uno de los “socios” de esta plaza es capaz de sumergirse hasta treinta pies de profundidad, para conseguir buenos peces. Un tubo de camión inflado, les sirve como medio de transporte, ya que los botes son muy caros y además consumen mucho combustible. “Esta es la realidad de la mayoría de los pescadores de todo el país”, explica Cabrera. “Y como el mar no es sitio para un hombre solo, todo pescador cuenta con un “socio” con el cual trabaja conjuntamente: mientras uno entra al agua, el otro se queda en la improvisada embarcación para resolver cualquier imprevisto.”

Cabrera, pescador de 71 años cuenta que su oficio le ha permitido sumergirse en todas las aguas que rodean al país, desde Montecristi hasta Pedernales. Y en esta experiencia se basa para afirmar que las aguas territoriales de la República guardan bancos de peces de una riqueza incalculable.

En términos económicos, sin embargo, esa riqueza no es apreciada: la pesca representó el 0.3% del Producto Interno Bruto (PIB) de la República Dominicana el año pasado, según el Consejo Dominicano de Pesca y Acuicultura (CODOPESCA), cifra que podría considerarse mínima dada la condición de isla del país.

La razón, quizás, es que a pesar de sus 1,575 kilómetros de costas y una zona económica exclusiva que abarca aproximadamente 238,000 km2 de mar, en el país no existe una cultura de la pesca. Así lo entiende el antropólogo Carlos Andújar.

Se habla de una cultura pesquera, explica Andújar, cuando la pesca es la principal forma de subsistencia y, sobre todo, cuando gran parte de los elementos de la cultura giran alrededor de este oficio: artesanía, creencias, leyendas, cantos, oficios (por ejemplo, la elaboración de redes y la preparación de embarcaciones).

Otro aspecto de un pueblo con cultura pesquera es el culinario, es decir, contar con una alimentación basada en productos del mar y una diversidad de platos marítimos.

Finalmente, está también el peso que tiene la pesca como tradición familiar, convirtiéndose en una forma de vida que se enseña de padre a hijo.

Para el antropólogo, el distanciamiento entre el pueblo dominicano y la pesca se debe en parte a una transmisión de valores negativos ante el mar.

Cita como ejemplo las creencias populares de que no se debe comer pescado cuando se está bebiendo, cuando se come mamón, cuando la mujer está embarazada o tiene la menstruación.

“En vez de aceptar los alimentos del mar como nutritivos, lo que tenemos es una caterva de prejuicios y, a pesar de que estamos rodeados de agua, una gran porción de los dominicanos no sabe nadar y no le gusta el mar. “No tenemos cultura de mar, no forma parte de nuestra agenda”, dice.

De todas formas, existen pueblos dominicanos con tradición pesquera. Andújar señala entre los principales a Bayahibe, Sánchez, Samaná, Palmar de Ocoa, la Caleta, Azua, Sosúa, la zona de Bahía de las Águilas, en Pedernales y, en menor medida, Montecristi y Pueblo Viejo.

Para muchos de estos pueblos, sin embargo, el desarrollo del turismo de playa ha significado una alteración de esa tradición.

Si bien los hoteles generan una mayor demanda de productos pesqueros, las formas de pesca de los lugareños no cumplen, muchas veces, las normas de calidad exigidas por esa industria. “Hasta cierto punto el turismo es un factor desagregador de las formas culturales.

En el caso de Bayahibe o Sosúa se ha terminado sustituyendo la pesca por otros servicios de tipo turístico. El pescador deja de ser pescador y se convierte en otra cosa”, afirma Andújar.

Para el año 2003 había 11,145 pescadores en República Dominicana, lo que equivalía al 0.14 por ciento de la población, según el informe “Los Recursos Marinos de la República Dominicana”, de la Secretaría de Estado de Medio Ambiente. La gran mayoría, al igual que los que se reúnen en la plaza del malecón, realizan pesca artesanal y de subsistencia. El 72 por ciento son pescadores marinos y el 28 por ciento pescan en ríos y lagunas.La principal preocupación de muchos pescadores dominicanos es la falta de incentivos por parte del gobierno.

En efecto, un informe sobre la pesca en República Dominicana de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) de 2001 señalaba: “Históricamente el mayor obstáculo que ha confrontado el desarrollo del sector pesquero es la poca importancia que se le ha dado en las esferas políticas.

Como consecuencia, sus instituciones sufren de considerables debilidades endémicas. Uno de los principales efectos de la situación es el escaso desarrollo del sector”.

Víctor Rossel, quien comenzó a pescar cuando apenas era un niño de ocho años, es uno de los que lamenta la poca ayuda que reciben los pescadores por parte del gobierno, y señala que todos los políticos ignoran la importancia de un recurso natural que podría generar muchas riquezas la nación.

Él, que con 37 años mantiene a sus cinco hijos con los frutos del oficio que aprendió en la niñez, lo expresa a su manera: “Un político va a una playa y ve la cola de un tiburón y lo que hace es salir corriendo. Un pescador ve la cola de un tiburón y lo que hace es salir detrás del tiburón para llevarle comida a sus hijos”.

Artes de herencia taína

La pesca es una de las áreas en que se evidencia el legado indígena en el pueblo dominicano. La mayoría de los peces que abundan en las aguas del país mantienen su nombre taíno.

El historiador Bernardo Vega, en su ensayo “La herencia indígena en la cultura dominicana de hoy”, señala al menos cinco artes pesqueras usadas por los taínos que persisten en el país.

Las más comunes son el uso de redes llamadas tarrayas o atarrayas, el uso de nasas o trampas hechas de fibras y la pesca a pulmón, que consiste en sumergirse para sacar productos pesqueros en zonas poco profundas.

Según datos de Medio Ambiente, para el 2003 el 21 por ciento de la pesca se realizaba con una de estas tres artes.

Otro sistema de origen taíno es el de corrales, que consiste en empalizadas hechas de estacas de caña o palos de mangles que se colocan en las desembocaduras de ríos, en lagunas o ensenadas.

Estos corrales obligan a los peces a seguir una dirección y quedar atrapados al final.

Un último método que persiste, a pesar de estar prohibido en la actualidad, es el envenenamiento de los ríos, que los taínos realizaban con una planta llamada baiguá.

Hacia una pesca sostenible

En un informe de 2001 sobre República Dominicana la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) aconsejaba fortalecer el sector pesquero, pero advertía que los planes de desarrollo debían acompañarse de medidas que garantizaran su sostenibilidad, pues los ecosistemas marinos son frágiles y vulnerables a las malas prácticas pesqueras.

“La sobreexplotación y las constantes violaciones a las medidas de control para el uso racional de los recursos marinos ha diezmado la población de muchas especies acuáticas”, señalaba el texto.

Consciente de esta realidad, la Secretaría de Medio Ambiente mantiene una veda a la pesca de varias especies durante sus respectivos períodos de gestación.

Entre estas se encuentra el lambí, los cangrejos, la langosta y la jaibas. La ley 5914 sobre pesca, prohíbe además, capturar cualquier tortuga que se encuentre en la playa y que esté poniendo sus huevos o preparando su nido.

Ningún pescador podrá usar explosivos o sustancias venenosas tales como dinamita, cal, cianuro, barbasco y cualquier otra sustancia que produzca la muerte o aletargamiento de los peces y demás especies de la fauna acuática, señala la ley.

Una gran amenaza de los ecosistemas marinos la constituye la pesca de arrastre, técnica en la que se desplazan por el fondo marino redes equipadas con placas de acero que trituran todo a su paso.

“Toda evidencia indica que los frágiles ecosistemas submarinos se recuperan muy lentamente de estos daños, tardando décadas o cientos de años, y eso si llegan a recuperarse”, advierte la organización Greenpeace, que mantiene una campaña internacional contra esta técnica.

https://www.sica.int/busqueda/Noticias.aspx?IDItem=44745&IDCat=2&IdEnt=47

 

 

 

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Publicado en Artículos.

Cuba, La Habana. Investigador Titular del Centro de Investigaciones Pesqueras, doctor en Ciencias en el Uso, Manejo y Preservación de los Recursos, y maestro en Ciencias del Agua.

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